Arde París...
Si no abandonamos el camino suicida que hemos tomado con respecto al medio ambiente, las consecuencias para la vida en la tierra serán cataclísmicas.

Fuego infernal en las afueras de Canberra el pasado 28 de enero. Imagen M. Ollman
Con permiso de Larry Collins y Dominique Lapierre he tomado prestado el título homónimo de su novela que vio la luz en 1964 y luego se convirtió en 1966 en una gran película dirigida por René Clément, con música de Maurice Jarre y una constelación de estrellas de la pantalla entre las que destacaban J.P. Belmondo, Kirk Douglas, Alain Delon, Jean-Louis Trintignant, Glen Ford y Orson Wells. Aunque la película narra los acontecimientos de la liberación de París de los nazis durante la II Guerra Mundial, no cabe duda de que es un título más que apropiado para la batalla ambiental que estamos viviendo en el siglo XXI.
El Acuerdo de París sobre cambio climático fue firmado por 195 países hace ya casi cuatro años en la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático, más precisamente el 22 de abril de 2016.
En él se establecieron directrices para reducir los gases de efecto invernadero a través de mitigación, adaptación y resiliencia. Dicho acuerdo, aunque se quedaba corto en sus alcances según numerosos especialistas en el tema, arrojaba al menos una luz de esperanza para generar los cambios necesarios con el fin de prevenir la catástrofe que ya estamos sufriendo en distintos lugares de nuestra casa, la tierra.
Pero casi todo ha quedado en letra muerta por ahora.
Vengo llegando de Australia, donde visité varias ciudades. Días después de mi aterrizaje en Sídney llegaron las lluvias que lograron apagar incendios desbocados e incontrolables en Nueva Gales del Sur, un respiro sin duda. Sin embargo en otra etapa posterior del viaje, llegando por tierra a Canberra desde Melbourne, fui testigo de una escena terrorífica. La frontera sur de la ciudad, enmarcada por una serie de bajas montañas, ardía con fuegos infernales, llamas del tamaño de edificios ascendían en remolinos feroces creando su propio microclima, regando destrucción y muerte en todas direcciones.
Jamás vi algo semejante en vivo y en directo, una experiencia que me ha marcado profundamente y me ha obligado a repensar nuevamente desde los hábitos más básicos del diario vivir, hasta cómo contribuir a que las políticas medioambientales que diseñan organizaciones especializadas no se las pasen las corporaciones y los gobiernos por la faja, poniendo por delante de todo al rey dólar. Tarea titánica, dados los antecedentes, pero el voto cuenta, es la única salida, VOTAR POR CANDIDATOS COMPROMETIDOS CON EL MEDIO AMBIENTE, cuyas políticas tengan por eje central cuidar nuestro planeta.
Infortunadamente los países en vías de desarrollo son más permeables a la corrupción y a los intereses de quienes tratan a nuestra casa como su banco particular, dejando un reguero de desastres a lo largo y ancho del planeta. Sin embargo, con escasas excepciones, los países desarrollados son los más depredadores, e incluso muchos con leyes medioambientales estrictas en sus propios países, que allí sí cumplen a cabalidad, las violan descaradamente en otras latitudes, piratas sin Dios ni Ley.
En Australia por ejemplo, el gobierno conservador de Scott Morrison ha sido un negacionista profesional del cambio climático, buscando mercados internacionales para el carbón que extrae de su suelo y todavía utilizándolo para generar el 75% de la energía de su matriz eléctrica, a pesar de tener las evidencias bajo su propia nariz desde hace más de una década, cuando el gobierno laborista de Kevin Rudd encargó al destacado economista australiano Ross Garnaut un exhaustivo estudio del impacto del cambio climático en la economía Australiana, que incluyese políticas a largo plazo con el fin de implementar planes concretos para una prosperidad sustentable. El informe fue entregado en septiembre de 2008 y fue categórico en señalar que si no se tomaban decisiones drásticas a favor del medio ambiente las consecuencias de la inacción serían catastróficas.
El reporte incluyó una revisión final en 2011, año en que Garnaut concluyó su rol de consejero para el medio ambiente. Letra muerta, los subsiguientes gobiernos conservadores de Tony Abbott y Malcolm Turnbull no actuaron sobre el informe ni pusieron en práctica las recomendaciones allí reseñadas acerca del uso de combustibles fósiles ni otras medidas similares, continuando así la herencia nefasta de los 10 años conservadores de John Howard en el poder (1996 - 2007), con el esperanzador pero magro paréntesis de los laboristas Kevin Ruud y Julia Gillard (2007-2013).
Para continuar con el ejemplo australiano, una década después del reporte Garnaut algunas posiciones continúan siendo tan obtusas e interesadas que solo un par de semanas atrás, con medio país ardiendo, Craig Kelly, ex vendedor de muebles devenido en miembro del Parlamento Australiano por el conservador partido liberal, aseguró contra toda evidencia, que “Los incendios no tienen nada que ver con el cambio climático” y que la gente tenía que “Tener cuidado con los alarmistas del clima: todo lo que dicen es una mentira” (¡!). Lo más triste es que aún hay gente que cree en estos desvaríos.
La razón de que semejantes exabruptos vean la luz es sencilla de entender, los fieles lacayos de la industria de combustibles fósiles defienden por todos los medios a sus jefes, contra todo asomo de cordura y con las pruebas enfrente. Nada les importa sino sus pingües ganancias a costa del planeta.
El compromiso de Australia en la última COP25 en Madrid fue un mal chiste y como ellos, muchos otros gobiernos siguen actuando como si aquí no pasara nada. Estados Unidos, Brasil y Japón se lavaron las manos frente a los acuerdos de mitigación y compensación a otros países por sus emisiones. De hecho el gobierno Trump se retiró del acuerdo de París en 2017 y junto a Nicaragua y Siria son los únicos países no vinculados al acuerdo, aunque por razones diferentes. Nicaragua no firmó por encontrarlo muy “blando” con los países que más contaminan, mientras Siria no lo hizo por la cruenta guerra que atraviesa. Ni hablar de India y China, que son grandes emisores de gases contaminantes, pero aún están en vías de desarrollo y se niegan a modificar algunas de sus políticas medioambientales por temor a un declive económico, no se dan cuenta, o simplemente no quieren hacerlo, de que continuar por esa vía significa pan para hoy y hambre para mañana.
Más de 12 millones de hectáreas de bosque nativo consumidas, cientos de millones de animales muertos, más de 6,500 casas perdidas, 25 personas muertas, humo que se pudo ver desde el espacio y que llegó hasta Chile y Argentina, contaminación a niveles jamás vistos en ciudades como Canberra o Sídney, evacuaciones masivas como en tiempos de guerra… son algunas de las consecuencias de los incendios más grandes en la historia de Australia.
Y eso es sólo en un rincón del planeta, porque las catástrofes se suceden vertiginosamente en otras latitudes, huracanes cada vez más feroces, tifones, inundaciones, sequías letales, incendios, islas y lugares costeros alrededor del mundo en riesgo de desaparecer por el aumento del nivel de los océanos, con las consecuentes migraciones masivas que tendrán secuelas desastrosas. ¿Qué diablos se necesita para que gobiernos aún reacios entiendan el tamaño del desafío?

La frecuencia e intensidad de los eventos catastróficos en el mundo está aumentando dramáticamente año a año. Imagen UNDRR
Porque aún con pruebas fehacientes, avaladas por la comunidad científica internacional, continúan la marcha hacia el abismo, a pesar de su propia población, que exige cambios drásticos y políticas efectivas en favor del planeta. El Dios dólar es poderoso, lo que no entienden es que de seguir por este camino suicida, no habrá planeta donde gastarlo.
Por el vecindario latinoamericano el panorama tampoco es alentador, ya que con la excusa de la famosa inversión extranjera los gobiernos se han vuelto laxos, con la ética de un proxeneta exitoso, pasando por encima de sus propios habitantes.
En Santiago, por poner sólo un ejemplo de decenas posibles, la mina Los Bronces de Anglo American, -ubicada a pocos kilómetros de la Capital, justo en el límite de la llamada Región Metropolitana-, consume 780 litros de agua por segundo para su operación, equivalentes al consumo promedio de 400 mil chilenos en igual período (¡¡!!). Esto en una zona del país que lleva diez años sufriendo sequías inclementes. El proyecto minero está secando los pozos de agua de los vecinos de la zona montañosa de Lo Barnechea, provocando una crisis hídrica de proporciones pavorosas… ¿Y? Pues nada, siguen felices sacando mineral para luego revendérselo al país en forma de manufacturas, nada muy distinto del juego de abalorios y baratijas con que los colonizadores españoles engañaban a los pueblos originarios hace 500 años, la única diferencia es que ahora políticos inescrupulosos y patrones locales se llenan los bolsillos a costa de su propia gente, infame.
Más al norte del barrio, en Colombia, bajo la misma lógica de la sacrosanta inversión extranjera, el gobierno Duque quiere dar luz verde al fracking, aún a pesar de que la recientemente posesionada Ministra de Ciencias, Mabel Torres, manifestó que aunque el procedimiento puede ser muy rentable en términos económicos, se volverá una práctica insostenible en el largo plazo, al igual que la minería que envenena aguas, afecta la salud de la población y genera desplazamientos. También se declaró en contra del uso del glifosato para combatir los cultivos ilícitos (prohibido en medio mundo y que tiene a Bayer, su fabricante, en el ojo del huracán) … ¿Y? Pues nada, los “patriotas Uribistas” del gobierno le cayeron como buitres a descalificarla (¡a ella, que es científica!) como antipatriota y desubicada, por defender al país y a su gente (¡!). De Ripley, el mundo al revés.
La inversión es bienvenida, pero con reglas de juego claras, y por sobre TODO, que no impliquen amenazas letales para grandes sectores de la población. ¿Será mucho pedir?
Y hacia adelante ¿qué?
Poco tiempo después de la gran crisis financiera de 2008 las instituciones del rubro bancario acuñaron el término “Cisne Negro” para referirse a eventos potencialmente catastróficos para la economía mundial.
Hace un par de semanas el BIS (Bank for International Settlements), llamado el ‘Banco de los Bancos Centrales’ con sede en Basilea, Suiza, publicó el libro “El Cisne Verde”. Basados en la figura del Cisne Negro sus autores han designado con ese nombre a las crisis financieras debidas al cambio climático, que al contrario de otras crisis de carácter temporal, no tendrán fin a la vista.
El Cisne Verde parece estar logrando en muy poco tiempo aquello que no ha ocurrido por conciencia, compromiso y responsabilidad real con el planeta, que una multitud de inversores, instituciones financieras y grandes capitales comiencen a repensar su relación e influencia con las políticas de medio ambiente para evitar una crisis que puede afectar de maneras aún insospechadas a la economía global y por ende a sus fortunas.
Triste, pero cierto, hay que tocarle el bolsillo al gran capital para generar acción, de lo contrario no importan ni las bajas en vidas, especies o ecosistemas, meros daños colaterales sin mayor importancia en la consecución de más dinero y poder.
Los frentes a atacar son numerosos, con intereses económicos formidables y un poder de lobby y corrupción a escala cósmica, como los de la industria de alimentos por ejemplo, que está transformando al mundo en un gran parche de monocultivos de maíz y soja, junto a la ganadería industrial extensiva de reses y cerdos y la industria avícola. El daño a la biodiversidad ya es prácticamente incalculable, ni qué hablar del sufrimiento de los animales que crecen en condiciones infernales, llenos de antibióticos y otras linduras para un engorde vertiginoso y antinatural. De los plásticos de un solo uso y la industria de confección de ropa nada se puede agregar que ya no se sepa.
No es coincidencia que detrás de esto estén apoyando gobiernos como el de Bolsonaro en Brasil, Trump en EEUU o Morrison en Australia, tan amigos del gran capital, claro, no son los únicos, China e India van por el mismo camino, pero en una época en que algunos gobiernos algo más evolucionados han comenzado a tomar conciencia de la magnitud descomunal del problema ambiental, son éstos los campeones de la negación y la desinformación para su propio beneficio y el de sus compinches corporativos. Por eso el voto inteligente e informado es vital.
Según informes de la UNDRR (Oficina de Naciones Unidas para la reducción del riesgo de desastres) los desastres causados por el cambio climático tienen un efecto directo en la pobreza de países en vías de desarrollo y consumen cada día un mayor porcentaje del PIB de dichas naciones, eventos catastróficos que cada día se producen con mayor frecuencia e intensidad y desplazan más personas en el mundo que la violencia y los conflictos bélicos.
No pierdo la esperanza de que finalmente se tome conciencia global del cambio climático inducido por nuestra especie y se actúe con determinación y coraje. Hace unos días Jeff Bezos, fundador y director de la empresa digital Amazon, decidió destinar 10 mil millones de dólares, equivalentes a casi el 8% de su fortuna, a combatir el cambio climático, y otros seguirán sin duda su ejemplo.
Por ahora éste planeta es nuestro único hogar y como tal debemos cuidarlo, no sólo para la especie humana, causante directa de la debacle, si no por los millones de seres vivos que lo habitan, que merecen mejores compañeros de viaje en este redondo navío espacial en que vivimos.
En noviembre de este año será la COP26 en Glasgow, una nueva oportunidad para llegar a acuerdos verdaderos y vinculantes, en que ojalá el Cisne Verde aparezca en todo su esplendor y ayude a que corporaciones y gobiernos se comprometan a salvar nuestra casa, porque aunque aún muchos no lo crean, se nos acaba el tiempo.
Amanecerá y veremos. Mientras tanto Arde París… por los cuatro costados.
Adenda
Les comparto algunos enlaces para enterarse de primera mano sobre los efectos reales del cambio climático:
https://www.un.org/en/climatechange/assets/pdf/cas_report_11_dec.pdf
https://unfccc.int/es
https://www.undrr.org/