Benditas palabras
No les damos la importancia que merecen, a veces incluso las despreciamos, pero son las palabras las que nos ayudan a construir nuestro mundo, nos sirven para representarlo y son la mayor herramienta humana para aprehender la realidad e intentar entenderla. No constituyen el único lenguaje que utilizamos, pero ciertamente son la clave para darle sentido a nuestra existencia y mejorarla, o no.

Es tiempo de reflexionar sobre la forma en que utilizamos las palabras. Imagen Pixabay
La reciente partida de Raffaella Maria Roberta Pelloni, más conocida como
Raffaella Carrà, nos puso a muchos a hurgar en el baúl de los recuerdos de aquella música que acompañó los cambios profundos de un modelo de sociedad que comenzó a recibir una merecida extremaunción desde la irrupción de los Baby Boomers.
Un homenaje a la gran Carrà era de rigor, así es que me embarqué en un viaje musical por aquella época fecunda en temas pegajosos y rompedores. Luego de una sobredosis de Fiesta, Caliente Caliente y Adiós Amigo, recordando con fruición que “para hacer bien el amor hay que venir al sur”, las aleatorias listas digitales me regalaron una canción que quien sabe por qué motivo he tarareado toda mi vida, Parole, (palabras en italiano).
La canción fue tan exitosa que ha sido interpretada en más de 15 idiomas, incluyendo esloveno, japonés, croata, turco y hasta versiones bilingües e instrumentales. Una de las últimas versiones conocidas es la de la cantante afro-pop belga Zap Mama (Marie Daulme) junto al actor francés Vincent Cassell.
Para los más jóvenes y aquellos que por algún motivo no la conozcan, Parole es un tema cantado a dueto mujer-hombre que relata el declive de un amor y la intrascendencia que van adquiriendo las palabras, vaciándose de contenido y de acción consecuente.
De la mano de esa canción germinó la idea de esta columna, porque pasé de celebrar a Raffaella, a tararear Parole un día completo, aterrizando sin escalas en estas reflexiones acerca de las palabras, su uso y abuso, un tópico fundamental en lo individual y en lo social, en especial considerando la coyuntura que atraviesa nuestra región, con estallidos sociales, racismo, pandemia, crisis económica y migratoria, nuevas constituciones, polarización a todo nivel y también, cómo no, mucha esperanza de cambios positivos, todos factores en los que las palabras tienen el rol estelar.
Así no respiren, aunque podría jurar que las he oído resoplar y suspirar en los lugares más extraños, las palabras son seres vivos que trascienden tiempo y fronteras, llevan voces e ideas jamás escuchadas a rincones lejanos, viajan en libros, papiros, manuscritos, panfletos, revistas, pasquines o de boca en boca, por generaciones y generaciones. Transmiten amor, sensatez y cordura, también odio, fanatismo y traición, y en ocasiones ingeniosos divertimentos.
Tienen peso e historia. Pueden volar livianas e inspiradoras o caer cual guillotina en algún cuello descuidado. Han unido naciones, destruido amores, afianzado amistades y
desatado guerras. Forman maravillosos poemas o articulan órdenes de exterminio, registran todo lo divino y lo humano y lo oscuro y terrible. Una pluma afilada (o una lengua ídem) puede atravesar limpiamente corazones, murallas y fronteras vedadas.
Pueden ser musicales, disonantes o injuriosas, su poder no conoce más límite que el impuesto por quien las escribe o profiere y el de quien las recibe, aceptándolas o no.
Pueden desarmar ánimos belicosos, tender puentes, ofrecer disculpas y perdón, o pueden cercenar cabezas, asesinar ideas, estrangular libertades o robar inocencias.
Hay que usarlas con cuidado, pueden ser explosivas como dinamita o suaves como lisonja, te destrozan o consuelan, te reviven o rematan. Hay que estar atentos, pues muchas son maestras del disfraz, tras ese velo pulcro y acicalado puede yacer un monstruo agazapado.
Son la herramienta que más empleamos, cada hora, todas las horas, hasta en sueños, dormidos y despiertos, y sin embargo a menudo las manoseamos de manera descarada, sin darles el valor que merecen, manipulándolas sórdida y mezquinamente, como emisores y también como receptores.
Tienen el poder de una bomba y aún así las manejamos con demasiada frecuencia sin pericia ni cuidado, un revólver en manos de un crío, y asimismo en muchas ocasiones las malinterpretamos, algo igualmente arriesgado. Porque para que cumplan su rol deben tener un origen y también un destino, quien las recibe les da su valor, algo especialmente delicado en estos tiempos de idiotez crónica, con los policías fanáticos de la supuesta corrección política enajenándolo todo.
Leo por estos días en un periódico chileno que la emblemática NEGRITA, una galleta tradicional que lleva más de 60 años haciendo las delicias de millones de paladares, el mío incluido, pasó a llamarse CHOKITA por decisión unilateral de la multinacional NESTLE, que en su sabiduría insondable decidió que la palabra era discriminatoria. Una sandez inútil.

Un ejemplo de estupidez auto-impuesta con pretensiones de inclusión. Imagen Pixabay
La majadería de estos auto-designados guardianes de las palabras no conoce límite, una verdadera Gestapo del vocabulario. Una perla por el estilo le sucedió a Edinson Cavani, futbolista uruguayo que juega actualmente en el Manchester United, a quien la Federación Inglesa (FA) le impuso hace unos meses una suspensión de tres fechas y una multa de 100 mil libras esterlinas por agradecer en las redes con un “gracias negrito” a un amigo después de un partido en el que marcó el tanto del triunfo de su equipo.
La decisión de la FA fue duramente criticada por la Federación Uruguaya de Fútbol y hasta la Academia Nacional de Letras de Uruguay salió a terciar por el futbolista y manifestó: "su más enérgico rechazo a dicha sanción y advierte sobre la pobreza de conocimientos culturales y lingüísticos que esa Federación pone de manifiesto al fundamentar tan cuestionable resolución". Nada que agregar al respecto, algo de sentido común queda.
No es con estupideces de ese tipo que se combate el racismo, se fomenta la inclusión o se celebra la diversidad, si no a través del buen trato, con el ejemplo, con educación desde temprana edad, algo de lo que claramente carecieron miles de hinchas ingleses cuando dedicaron insultos del peor tono racista a los jugadores que erraron sus penales en la final de la pasada Eurocopa, todos negros.
Lo anterior nos lleva al contexto y al modo en que usamos las palabras, es obvio que decir “gracias negrito” no es lo mismo que tirar un insultante “gracias negro desgraciado”, es lamentable tener siquiera que hacer la aclaración, pero la Gestapo no sabe de matices, es peor que un algoritmo de Facebook.
Michel Foucault escribió Las Palabras y las Cosas hace más de medio siglo y las teorías que propuso en esa obra siguen siendo tan válidas hoy como ayer. Entre muchas otras tesis plantea que las condiciones del discurso cambian a lo largo del tiempo y por ende nuestro uso de las palabras, algo entendible y verificable. Uno esperaría que el proceso fuese siempre evolutivo, de cambios con sentido, pero vaya sorpresa, los esbirros de la corrección política andan desatados, condenando a priori y sin asco en un festival de la censura digno del Gulag.
La construcción social se fundamenta en las palabras, un lenguaje dialogante, de entendimiento, de intercambio de ideas, que genere cambios positivos, no se puede alcanzar sin hacer un esfuerzo consciente y dedicado por cuidar lo que decimos y cómo lo decimos, pero de ahí a cancelar arbitrariamente usos comunes hay un trecho largo.
Escuchar para hablar
Es de necios irredentos entablar una conversación sin escuchar al otro, sin embargo es una práctica malsana que se replica a todo nivel, desde las parejas y los compañeros de trabajo, hasta recintos como nuestros Congresos, donde el diálogo debiese ser la norma, al fin y al cabo son espacios diseñados para deliberar, intercambiar ideas y llegar a puntos de acuerdo.
¿Quién no ha tenido que sufrir el monólogo de alguien al que se le habla, pero parece sordo como tapia y no escucha, empeñado como burro de faena en imponer sus preconceptos? De eso no queda sino frustración, rabia y desencanto, de diálogo enriquecedor, nada.
La polarización y los excesos campean por estos días en nuestra región, las palabras se transforman en combustible inflamable en lugar de generar diálogos provechosos para todos, algo de importancia cardinal en el proceso constituyente que atraviesa Chile, o el que seguramente abordará el nuevo gobierno del Perú. Surgirán unas letras, que juntas formarán palabras, que unidas crearán un texto que regirá los destinos de millones de personas. ¿No sería sensato buscar puntos de encuentro a través de un lenguaje respetuoso del otro, en corto, haciendo buen uso de las palabras?
Son tan importantes que decir “te doy mi palabra” solía tener más fuerza que un contrato firmado ante notario. Hoy en día es la excepción a la regla.
Es necesario repensar nuestra relación con ellas, las que usamos y las que recibimos, porque hay dos vertientes de las que ocuparse: qué y cómo lo decimos, y de otra parte cómo interpretamos y procesamos lo que nos dicen. ¿Oímos atentamente? ¿O ya estamos pensando en nuestra respuesta sin ni siquiera dejar redondear su idea al otro?
No olvidemos que las benditas palabras enamoran, hacen reír, suben el ánimo,
liberan tensiones, favorecen el entendimiento, aclaran ideas, crean ficciones extraordinarias y libros portentosos, o pueden lograr todo lo contrario.
Así es que es decisión de cada uno usarlas para construir. ¿Cómo le exigimos un diálogo inteligente y productivo a nuestros gobernantes si en lo personal no aplicamos la misma fórmula con nuestras familias, amigos, colegas, empleados y demás?
Dicen que la lengua es el castigo del cuerpo y el músculo más poderoso del ser humano. No cabe duda. Hay que utilizarla con sumo cuidado, las palabras pueden ser como clavos, una vez martillados se pueden sacar, pero queda el hoyito.
Las ideas se pueden defender con la mayor firmeza sin faltarle el respeto al otro. No se trata de ser un Cervantes cada vez que se abra la boca, ni siquiera es necesario un vocabulario muy extenso o una corrección gramatical impecable (aunque sea deseable), lo importante es el tono, el modo y la intención que ponemos a nuestras palabras.
Junto con el compromiso de cuidar lo que digo y de interpretar atinadamente lo que escucho y lo que leo, prometo pelear a muerte en las filas de la resistencia contra los agentes de la corrección política y sus excesos.
¡Al pan, pan y a la negrita, negrita! Una tautología que como todas, es irrefutable.
Seguiré llamando a la Negrita, NEGRITA, porque seguramente la Gestapo resolverá, con su habitual proceder absolutista, que algún Chokito o Chokita puede ser discriminado y exigirá llamarla “Galleta de harina de trigo rellena de crema con sabor a vainilla y suave cubierta de chocolate oscuro”… con ellos nunca se sabe.
Bonus Tracks:
Mina y Lupo cantan la versión original de Parole en italiano:
https://www.youtube.com/watch?v=bWuTaWmkxEg
Dalida y Alain Delon versión francesa:
https://music.youtube.com/watch?v=HefRM3s0I0Y&list=RDAMVMHefRM3s0I0Y
Zap Mama y Vincent Cassell versión en Francés y Portugués:
La argentina Silvana di Lorenzo la canta en español en 1972:
https://www.youtube.com/watch?v=wYiiTAFbY-I