En busca de un futuro posible.
Una película cruda, valiente y necesaria, que narra de manera descarnada el drama migratorio de un niño africano, me empujó a reflexionar, nuevamente, sobre un fenómeno que se replica cada día en diferentes lugares del mundo y afecta a millones de seres humanos.

El talentísimo Moustapha Oumarou en el papel de ADÚ. Imagen Fan Fan
El personaje principal de ésta producción española es ADÚ, que da nombre al film y es interpretado por el encantador Moustapha Oumarou, una criatura de seis años que bien podría haber sido el personaje real del que nos habla la cinta.
Dirigida por Salvador Calvo, ADÚ vio la luz en las carteleras españolas en enero del año pasado. Para mí asomó accidentalmente hace unos días mientras buscaba algo que ver en el cable. Me atrapó la foto de promoción en la que sólo se veían los pequeños dedos de un niño negro agarrando los barrotes de lo que parecía ser una celda.
La historia principal transcurre junto a dos sub-tramas, la conflictiva relación de un activista contra la caza de elefantes con su hija de veintitantos y la de un guarda migratorio español con sentimientos de culpa. Pero el tema grueso pasa por la odisea que vive ADÚ cuando, por circunstancias que no referiré para no arruinarles la película, debe huir de Camerún, país donde comienza esta aventura desgarradora que dio origen a estas líneas que hoy les comparto.
La actuación de Moustapha me sorprendió. Así es que busqué información al respecto y encontré que fue en Parakou, una aldea de la República de Benín al noroeste del cuerno Africano, donde apareció de la nada el pequeño portento.
Mientras el equipo de casting de la película iba de un colegio a otro en busca del intérprete ideal para el papel, un niño callejero que jugaba despreocupado los vio pasar y les tiró a boca de jarro: !Oigan blancos! ¿Qué hacen aquí? En ese instante Cendrine Lapuyade, directora de casting, supo que la búsqueda había terminado. A la fecha había evaluado a centenares de niños para el rol principal, y en un hecho fortuito el papel resultó tener un dueño indiscutido. La desfachatez y simpatía de Moustapha habían transformado su vida. Sin saber leer ni escribir se aprendió los textos de memoria para este rol inolvidable.
Prostitución, hambre, abuso y muerte son sólo algunas de las realidades de las que fui testigo mientras veía correr la cinta, dramas terribles que asocié de inmediato con varios hechos recientes ocurridos por éstas latitudes, la muerte de dos migrantes en la frontera norte de Chile mientras huían de sus terribles realidades, la promulgación en Colombia de un Estatuto de Protección Temporal para los migrantes venezolanos y la expulsión de un centenar de ellos de territorio chileno.
La foto de esa deportación infame fue publicada hace pocos días con mucho despliegue mediático en los medios chilenos. La imagen mostraba una fila de personas vistiendo overoles blancos cual presidiarios, abordando un avión de vuelta al infierno del que arrancaron, la mayoría después de haber gastado lo poco que tenían para emprender un viaje de esperanza. Según el Ministerio del Interior tan sólo 11 de los 138 expulsados contaba con antecedentes delictivos.

Migrantes expulsados con escolta de la Policía de Investigaciones. Tal sólo 11 de los 138 deportados contaba con antecedentes delictivos de algún tipo. Imagen EFE
Acompañando la siniestra puesta en escena estuvieron presentes los Ministros de Interior y Defensa junto al Canciller Andrés Allamand, enviando un claro mensaje de intolerancia disfrazado de mano dura. Era el mismo señor Allamand que días atrás había asegurado que los migrantes ilegales no tendrían derecho a vacunarse contra el Covid-19, desatino que en buena hora y para su vergüenza, fue desmentido tan solo 24 horas después por el Ministro de Salud Enrique París.
Este tipo de personajes oficiales (aquí, como allá, como acullá) parecen no entender que el gesto autoritario -vacío de toda humanidad- de avalar una expulsión con bombos y platillos, no sirve para absolutamente nada, porque los desesperados seguirán llegando, y en cambio se habrá contribuido desde el gobierno a instalar y reforzar un mensaje intolerante y xenófobo en la población, que en el caso chileno ya viene crispada por revueltas sociales, desempleo, pandemia e inequidades de todo tipo.
El flujo migratorio hacia Chile no es de ahora, viene sucediendo con intensidad creciente desde hace varios años. Sonaron muchas alarmas que los últimos dos gobiernos no atendieron a tiempo, ignoraron por completo una crisis humanitaria que estaba cantada.
Comenzó con la puerta abierta de la ex presidente Bachelet para recibir a miles de ciudadanos haitianos, medida que aunque bien intencionada para con ese sufrido pueblo, se implementó sin la planificación necesaria, tan así que la mayoría terminó viviendo hacinada en lugares de mala muerte y sufriendo por ello las peores consecuencias de la pandemia.
Y el fenómeno se exacerbó con la visita del presidente Piñera a Cúcuta en febrero de 2019, cuando dio apoyo implícito a la emigración venezolana al aseverar que “No hay nada más perverso que un régimen que niega la ayuda humanitaria a su propio pueblo”.
Y si, el desastroso régimen venezolano es perverso sin duda alguna, lo que parece no haber previsto el presidente es que esa declaración fue un llamado que muchos venezolanos interpretaron como un salvavidas para buscar un futuro mejor en un país que los recibiría de manera solidaria. Y entonces uno se pregunta ahora ¿qué pensarán de ello los expulsados del blanco overol que no tenían antecedentes criminales?
Para mayor vergüenza nacional, a finales de 2018 Chile se retiró entre gallos y medianoche del Pacto Migratorio de Naciones Unidas que contribuyó a diseñar. Firmado en Marrakech por más de 150 países, el acuerdo se enfoca en una migración Segura, Ordenada y Regular que apunta a fortalecer el respeto de los derechos humanos de millones de migrantes, que según estimaciones de la ONU representan alrededor del 3,4% de la población mundial.
En la infame decisión acompañaron a Chile un puñado de países encabezados por los EEUU de Trump, el Israel de Netanyahu, la Italia de Conte (con la presión de Mateo Salvini por supuesto), la Hungría de Orbán y la Australia de Morrison, entre otros pocos que se abstuvieron o derechamente no asistieron a la votación, como la República Dominicana de Medina.
Un sombrío club en el que prácticamente todos sus miembros tienen un prontuario nefasto en el tema migratorio. Un club que en buena hora se está desbaratando, comenzando por el presidente Biden que ésta misma semana ha revocado la orden ejecutiva de su antecesor que impedía la entrada de migrantes que “presentan un riesgo para el mercado laboral del país”.
Decía yo en éstas páginas en Septiembre de 2019:
“…Probados están de sobra los beneficios de la inmigración en los cuatro puntos cardinales, el 99% de ellos llegan a trabajar duro, generalmente en peores condiciones que los locales mientras se abren paso, contribuyen con sus costumbres, su gastronomía, y sus tradiciones a enriquecer las culturas nativas que los reciben. Y claro, hay un porcentaje pequeño de manzanas podridas que llevan desorden, delincuencia y otras lacras consigo, pero Dura Lex , Sed Lex, a éstos debe caer todo el peso de la ley, lo que no se puede es echar a todo el mundo en el mismo saco, como tiende a suceder con la xenofobia galopante de algunos.”
Y hoy debo agregar que gran parte de la responsabilidad en la tragedia de los migrantes en los países receptores yace en políticos oportunistas, que en lugar de abordar el problema de manera inteligente, humanitaria y solidaria, se aprovechan de él para ganar votos a través de la defensa de una supuesta soberanía (las migraciones forzadas no respetan fronteras, para que se vayan enterando), tomando medidas populistas y capitalizando sobre la desconfianza que genera lo ajeno, lo distinto, sobre todo en pueblos que recién comienzan a enfrentarse al fenómeno migratorio masivo, que querámoslo o no, ha llegado para quedarse, sobre todo mientras las condiciones de los países de origen no cambien, que en últimas son los responsables de la diáspora.
El ejemplo de una política pública bien encaminada, solidaria y destacable, lo ha dado el gobierno colombiano al establecer un Estatuto de Protección Temporal para más de millón y medio de migrantes venezolanos que podrán regularizar su situación y acceder a sistemas de salud y educación, y podrán participar del mercado laboral en igualdad de condiciones con los ciudadanos colombianos, una medida que ha sido celebrada alrededor del mundo, que además presenta dos beneficios obvios para el país.
El primero será evitar que miles de buitres aprovechen la situación irregular de los migrantes para pagarles muy por debajo del salario mínimo vigente -sin incluir siquiera los pagos parafiscales legales- perjudicando así la mano de obra local y el otro es que habrá control sobre el número total e identidad de cada migrante venezolano, factor que ayudará a filtrar las manzanas podridas que inevitablemente aprovechan el desorden para hacer de las suyas.
No apoyo ni comparto las ideas ni el desempeño del actual gobierno de Colombia -muy por el contrario y por motivos que darían para escribir un tratado tan extenso como la Enciclopedia Británica-, pero al César, lo que es del César. Voces críticas hablan de presión por parte del gobierno de EEUU y hasta de una decisión de mero cálculo político cuando el presidente Duque entra ya en el otoño de su mandato y se acercan las presidenciales. Sea cual sea la razón, lo cierto es que cientos de miles de migrantes se verán favorecidos por la medida. Enhorabuena.
Realidad versus ficción
Es una obviedad señalar que el tema migratorio es supremamente complejo, sin embargo, e independientemente de las opiniones de cada uno al respecto, es una realidad con la que hay que lidiar, pero no de cualquier manera, a lo chabacano y autoritario, construyendo murallas, o zanjas, como recientemente sugirió el señor José Antonio Kast, presidente del partido Republicano de Chile, si no de manera humanitaria y anteponiendo el respeto por los derechos de quienes se ven forzados a abandonar sus países por razones extremas.
No querer ver la realidad traerá problemas insospechados, leo en el diario chileno La Tercera que “para 2023 el FMI estima que hasta 10 millones de venezolanos habrán huido, superando la salida de refugiados de Afganistán en la década de 1980 y de Siria en la de 2010”.
La población de los países receptores podrá tener la visión que desee, o la que le dicte su conciencia, pero la realidad es tozuda y no cambiará en el futuro inmediato, los migrantes seguirán llegando, así en nuestro vecindario arguyan que su país es pobre, que no tiene recursos, que carece de infraestructura o que padece un desempleo crónico. De hecho tan sólo unos días después de la oprobiosa ‘expulsión de los overoles’ (que entre otras separó a familias, contraviniendo todas las directrices internacionales al respecto) y la consecuente militarización de parte de la frontera con Bolivia, leo en diversos medios que los caminantes ya están utilizando otras rutas vía Oruro, recorriendo cientos de kilómetros y atravesando con medios precarios el altiplano boliviano, superando a veces los 3600 metros de altura, familias enteras con la muerte respirándoles en el cuello.
Don Umberto Eco, que en mala hora nos abandonó en 2016 para ir a teorizar en otro plano existencial, nos dejó unas reflexiones vitales sobre el tema migratorio, entre muchos otros tópicos en los que brilló como uno de los grandes intelectuales y pensadores de Europa.
A mediados de 2020 se publicó “Migración e Intolerancia”, una recopilación de artículos y conferencias inéditas dictadas por él en los últimos veinte años en las que aborda problemas de urgente atención en este siglo, migración, racismo e intolerancia.
Sólo citaré tres ideas centrales de las muchas que entrega el libro, para que lo puedan leer sin ‘spoilers’:
… “las migraciones son como los fenómenos naturales: suceden y nadie las puede controlar”.
“Europa será un continente multirracial, o, si lo prefieren, coloreado. Si les gusta, así será; y si no les gusta, así será igualmente”.
…“la intolerancia se ataja de raíz a través de una educación constante que empiece desde la más tierna infancia”.
Eco analiza la migración y la intolerancia con el pragmatismo y la humanidad que siempre reveló en su trasegar intelectual. Al pan, pan y al vino, ¡vino! Nada de subterfugios ni arranques autoritarios, ni negaciones de ningún tipo, la realidad es como es y hay que aprender a vivir con ella de la mejor manera posible para todos los implicados. Y, ¡oh sorpresa!, todo comienza en la escuela primaria…
Bien harían en sentarse a leer concienzudamente este libro aquellos que toman decisiones oficiales, y para el caso también debería ser lectura obligada para quienes aún no entienden la tragedia del fenómeno migratorio y se comportan como unos verdaderos trogloditas xenófobos, con perdón de los trogloditas.
Aprendiendo de la historia
Junto a la corajuda ADÚ vi por estos días otra película que nos recuerda que el maltrato y el rechazo a los migrantes ha sido una constante histórica, porque aunque a los trancazos vayamos avanzando a paso de tortuga en algunos lugares del mundo, la verdad es que bien poco hemos aprendido al respecto.
El film en cuestión es una obra maestra de la animación -no digital- que tuve la fortuna de ver en el recientemente finalizado “My French Film Festival”, evento anual de cine francés online, imperdible. La cinta ganó por lejos el premio del público a mejor película, se las recomiendo sin titubeos.
Se trata de “Josep”, una coproducción franco-española basada en la historia real del dibujante y pintor catalán Josep Bartolí, que durante los años aciagos de la guerra civil española buscó refugio del lado francés de la frontera. Bartolí, como detalle al margen, fue amante de Frida Kahlo cuando logró emigrar a México en los años cuarenta, y consolidó una carrera artística muy exitosa hasta su muerte en Nueva York en 1995.
Foto Josep – créditos
Josep Bartolí en los campos de internamiento franceses retratado por el genio de Aurel
Con trazos magistrales de Aurel (Aurelien Froment), dibujante y director del film, y la soberbia música de Silvia Pérez Cruz, “Josep” nos cuenta la tragedia de los republicanos, que huyendo de la persecución franquista para salvar la vida, cayeron de cabeza en el caldero hirviendo de los campos de internación franceses, de los que muchos jamás volvieron, tratados como migrantes indeseables, al igual que muchos hoy en día en otras latitudes…
Porque la historia pavorosa de aquellos que huyen del terror se sigue repitiendo, de una u otra forma, a tal punto que la humanidad, la compasión y la solidaridad para con ellos sigue siendo un bien escaso, un lujo destinado a los pocos que tienen la fortuna de llegar a la tierra prometida, en busca de un futuro posible.
Que cada uno saque sus conclusiones, yo hace mucho tiempo saqué las mías.
Adenda
‘ADÚ’ se exhibe actualmente en Netflix.
‘Josep’ fue selección oficial en Cannes 2020 y seguramente se podrá ver pronto en alguna plataforma digital y con suerte en alguna cartelera comercial.
‘Migración e Intolerancia’, Umberto ECO, 2020. Se consigue en múltiples ediciones. Amazon lo ofrece en éste enlace.
Para entender los alcances del Pacto Migratorio de la ONU sigan éste enlace.