Trabajo de 9 a 5 ¿Es tan difícil de entender?
La discusión en Chile y en otras latitudes está centrada en una productividad mal entendida, especialmente por parte de un sector empresarial mezquino y egoísta.

La discusión de la propuesta de la diputada chilena Camila Vallejo para bajar las horas laborables a 40 semanales y la contrapropuesta gubernamental de llegar a 41 horas con flexibilidad, se ha centrado en su mayoría en la productividad empresarial, únicamente, con muy poco análisis lateral, descuidando otras variables igual de importantes, como la incidencia en incapacidades, la salud mental de los empleados, el desarrollo de la familia como pilar fundamental de la sociedad y el derecho al ocio y a practicar algún deporte que contribuya al bienestar general de los trabajadores. Productividad si, ¡Pero no a cualquier costo!
Pocos factorizan en la ecuación el tiempo de desplazamiento a los lugares de trabajo, que en algunos casos excede las 3 horas diarias, así es que la mayoría de la gente pasa no 9 y media horas diarias en la oficina o en sus lugares de trabajo, si no que está en función del mismo por 13 o más horas al día. Si tiene la suerte de dormir las 8 horas recomendadas para cualquier ser humano normal (me entero de que Margaret Thatcher dormía 3 horas diarias, tal vez por ello su desequilibrio mental tan agudo...), le quedan 3 horas del día para comer, bañarse y hacer todo lo demás. Tiempo para la familia? Cero. Tiempo vital para VIVIR... cero.
Además de generar equilibrio entre trabajo y vida privada, la rebaja de horas laborables permitirá a mucha gente gastar dinero durante su tiempo libre, inyectando circulante a la economía en general, algo que tampoco se menciona casi en la discusión.
“Se nos olvida que como ya lo señalara Pepe Mujica en alguna de sus famosas entrevistas en la Deutsche Welle, las cosas no las pagamos con dinero, las pagamos con tiempo!”
Películas y hasta un famoso musical con la gran Dolly Parton dan fe de que la jornada de 9 a 5 no es ni mucho menos un invento reciente de vagos que no quieren trabajar, sino una lógica, humana y racional forma de dividir la jornada en tres tercios iguales que den tiempo para el trabajo, el descanso y la familia, y si, también al ocio, tan mal mirado hoy en día por algunos, como si éste no fuese tan necesario como cualquier otro aspecto de la vida, y quizás más, porque es donde tenemos tiempo para detenernos, pensar, crear o simplemente recargar las baterías durante lo que los italianos llaman acertadamente el dolce far niente, el dulce no hacer nada.
Estamos tan inmersos en la vorágine diaria, en conseguir el pan, (o el mendrugo, dependiendo del salario que se reciba), que poco hacemos para despegarnos de éste sistema que favorece a unos pocos y somete al resto a sacrificar su tiempo para sobrevivir. Se nos olvida que como ya lo señalara Pepe Mujica en alguna de sus ya famosas entrevistas en la Deutsche Welle, las cosas no las pagamos con dinero, ¡las pagamos con tiempo! Y éste último se agota, corre imparable, y todo lo que dejemos de hacer en el tiempo correcto, no lo haremos, caput, se fini. ¿O será que acaso el lector se acordará en su lecho de muerte de aquella jornada gris en su oficina lidiando con algún cliente particularmente tósigo?... ¿O más bien recordará aquella tarde en que partió con su hijos y su mujer al parque, a jugar, a vivir, a verlos crecer en una tarde maravillosa robada al trabajo después de las 5pm?
Ya la clase empresarial de siempre, valga aclarar que no todos afortunadamente, ha empezado la campaña del terror, en especial desde los poderosos sectores gremiales; se perderán 300 mil empleos vociferan, nos van a meter la mano en el bolsillo gritan otros. Esa clase empresarial mezquina y miope, sin visión integral de país, al que sólo ven como una fuente inagotable de mano de obra barata que aumente sus ganancias, corto-placista, que desea sólo su propio beneficio, a costa de lo que sea y de quien sea.
En buena hora muchos otros empresarios, que aportan y creen que pueden ofrecer mejores condiciones laborales a sus empleados, han salido a defender la propuesta. Un país sin industrias no progresa, no se trata de atacar a los empresarios ni demonizarlos, si no de convencerlos (a los que aún no lo entienden y a los que no lo quieren entender) de que la productividad debe ir de la mano del bienestar de la población, no sólo de la generación de utilidades.
Un sano balance entre trabajo y vida personal redundará en el mediano plazo en múltiples beneficios para la economía, ahorros en salud, mayor compromiso y lealtad de los empleados con sus patronos y por ende mayor rendimiento. Y ni hablar de los tiempos para ir al médico, o llevar a los niños o a los adultos mayores a controles de salud (o cualquier otra diligencia urgente); con un horario racional esas gestiones y trámites impostergables se podrán hacer en horas no laborales, disminuyendo el ausentismo por éstos motivos y evitando la engorrosa solicitud de permiso al jefe de turno, que en muchos casos es simplemente negada, u otorgada con compromiso de reponer el tiempo ausente.
¡Más horas de trabajo no equivalen a mayor productividad! Chile, miembro de la OCDE, está en el top ten de más horas trabajadas, sin embargo en productividad está en la cola del selecto club. Hay que desarrollar sistemas (y en esto están en mora casi todos los empresarios) de gestión por objetivos, con tareas asignadas que debe cumplir cada empleado en su jornada laboral.

Como medida paralela se podrían diferenciar los horarios de trabajo para no sobrecargar los sistemas de transporte masivo, es decir de 8 a 4, de 9 a 5 e incluso de 7 a 3 en labores que requieran ese horario matinal tempranero, de ésta manera el desplazamiento se hará más amable, cosa que sin duda incidirá también en el ánimo y el rendimiento laboral de los empleados.
Ojalá la discusión se amplíe y redunde en beneficios tangibles para el grueso de la población, aquí y ahora, no en veinte años más, porque francamente, no sólo de productividad vive el hombre.