La felicidad...
Millones de versos se han escrito sobre ella, material inagotable de canciones, películas, obras de teatro, libros, ensayos, crónicas y muchos buenos chistes, como ese que dice, —¡Yo no supe lo que era la verdadera felicidad hasta que me casé!... —¡Y entonces, fue demasiado tarde!

Carátula del disco La Felicidad de Palito Ortega, lanzado en 1967 se transformó en su época en un verdadero himno internacional a la felicidad. Imagen Infobae.
Es algo importante esto de la felicidad, hasta Naciones Unidas le ha dedicado un día al año desde 2012, el 20 de Marzo, fecha que se instauró gracias a una iniciativa del Reino de Bután, que consideraba que la Felicidad Nacional Bruta de un país era más importante que el Producto Interior Bruto, inteligentes éstos Butaneses.
El tema preocupa al hombre desde que es hombre, y éstos tiempos de encierro, virales y complejos, lo han puesto sobre el tapete con más fuerza que nunca, con millones preguntándose cómo enfrentar la post-pandemia a todo nivel, y cómo volver a ser felices después de semejante crisis global.
Y ya que todos estamos de diversas maneras en la misma tormenta, me pareció un buen ejercicio revisar mi propia receta de la felicidad y por ende, tal vez contribuir a hacer la suya aún mas apetitosa. Y aunque comparto cosas que parecen obvias y bastante básicas, demasiado a menudo las perdemos de vista, por lo que no está demás revisitarlas.
Por ello he querido en ésta columna entregarles unos brochazos de tinta al respecto. Y más que referirme a la felicidad en sí misma (cualquiera sea su forma para cada uno), quisiera hablar de la búsqueda de la felicidad, de los elementos que ayudan a su consecución. Tema complejo, diverso, difícil de abordar, porque la felicidad es casi una sola y particular para cada ser humano, es decir, más de 7 mil millones de opciones, con infinitas combinaciones.
Antes de continuar mi estimado lector, quiero aclarar que no pretendo en éstas líneas adoctrinarlo ni mucho menos imponerle criterios propios o ajenos con respecto al tema. Si a usted lo hace feliz corretear osos polares en el ártico, con sus pantuflas como único atuendo…¡dele sin miedo! Mientras su felicidad no le haga daño al planeta, ni ponga en peligro a nada ni a nadie que lo habite, pues todo bien.
Sin embargo no hay duda que hay cosas comunes en esa cantidad de mixturas que hacen posible ese sentimiento de paz interior, de que todo está en su sitio, de que somos o nos sentimos felices, y hacia esos denominadores comunes apuntan éstas líneas.
Pero antes de continuar quisiera hacer un par de salvedades que aunque evidentes, son necesarias. Estas reflexiones no incluyen situaciones de guerra, hambrunas, pestes o enfermedades crónicas o catastróficas, ya que obviamente para los millones que sufren alguno de éstos flagelos, ya sea a nivel personal o familiar, la búsqueda de la felicidad comienza por lo urgente e inmediato, alcanzar la paz, poder alimentarse todos los días y recuperar la buena salud, lo demás se torna casi irrelevante si no existe ese piso básico al que cualquier persona aspira.
Habiendo aclarado aquello, entremos en materia.
En alguna plataforma digital leí en estos días: ¿Cuándo volveremos a la normalidad, a aquellos tiempos en que éramos felices y no lo sabíamos? Seguramente muchos nos hemos hecho la misma pregunta, lo que nos entrega pistas valiosas en medio de nuestra fragilidad, tan evidente en éstos tiempos que vivimos, cuando algo que no podemos siquiera ver a simple vista, lo ha puesto todo en perspectiva. Creo que muchos nos hemos dado cuenta de que aquello que dábamos por sentado, no lo era tanto, y que hoy, al contrario que ayer, era motivo suficiente para sentirse feliz o por lo menos no infeliz.
Reunirse con la familia, con los amigos, viajar, hacer deporte, ir a cine, salir a comer, a tomar un café o simplemente a caminar libremente por ahí (la lista es tan larga que llenaría páginas enteras), son todas actividades que hoy no podemos hacer como antes. Así es que la primera idea a compartir es que cuando podamos volver a hacer todas esas cosas, considerémoslas un privilegio, y disfrutémoslo como tal. Sin duda esto nos hará sentir más felices, o menos infelices…
Y pensando para éstas líneas en esos aspectos comunes y universales que parecen ser ingredientes básicos de la receta feliz, me acordé de una canción que marcó a toda una generación.
Allá por 1967, perdidamente enamorado de Evangelina Salazar, su pareja desde hace más de 50 años, Ramón Bautista Ortega, nacido en Tucumán, Argentina y más conocido como Palito Ortega, compuso La Felicidad (Ja, ja, ja), un tema sencillo y pegajoso que recorrió el mundo entero.
Los más jóvenes tal vez nunca la hayan escuchado, algunos embebidos en las profundas letras de Bad Bunny, -el mejor compositor de América en 2020 (¡¿aló?!)-, y otros por simple calendario, ya que el tema nació hace más de medio siglo. La canción llegó a ser tan famosa, que la cantaron entre otros, Ray Connif, James Last, Iva Zanicchi, Johnny & Rick, Claude Phillippe y hasta la Italiana Nada la interpretó en un festival en Canadá.
¿Pero qué decía Palito en su canción que la llevó a ser un himno internacional?
Pues anunciaba a los cuatro vientos, con palabras muy simples, que él era feliz gracias al amor… “y todo gracias al amor”, decía. Y en el estribillo (ja, ja, ja), nos contaba que la risa algo tenía que ver en la ecuación.
Así es que ya tenemos varias consideraciones importantes, disfrutar aquello que damos por sentado; el amor, en cualquiera de su múltiples formas y el humor, La risa, remedio infalible, nos comentaba la revista Selecciones del Reader´s Digest varias décadas atrás.
Ahí vamos hilvanando entonces algunas ideas que parecieran estar en el camino correcto, si no para alcanzar el nirvana de la felicidad, por lo menos para buscarla con objetivos y conceptos claros para cada uno.
Porque si no hay claridad de objetivos éstos se diluyen, se pierden. Y para establecerlos se necesita tiempo y compromiso con uno mismo. La contingencia diaria, la búsqueda del pan, los afanes diversos en los que estamos inmersos día tras día, demasiado a menudo nos impiden detenernos a reflexionar en cosas que son de la mayor trascendencia, y creo a título personal que la búsqueda de la felicidad definitivamente califica como tal, ¿o acaso hay alguien que no quiera ser feliz?
Bueno, alguno habrá, se me viene a la cabeza Schopenhauer, por ejemplo, que aseguraba: “solo hay un error innato, y esa es la noción de que existimos para ser felices”. Oscuro panorama nos pintaba don Arturo a comienzos del siglo 19.
Y no sólo eso, afirmaba también que: “los jóvenes deberían recibir consejo e instrucción para erradicar de sus mentes la equivocada noción de que el mundo tiene mucho que ofrecerles”. Lóbrego. Sin embargo lo irónico de esos planteamientos, entre otros similares, es que fueron ideados precisamente para evitar mayores tristezas. Si no hay grandes expectativas, el golpe de no hacerlas realidad será sustancialmente menor.
Por otra parte, y es esto concuerdo plenamente, el filósofo alemán sostenía que sólo el arte y la cultura nos hacen diferentes de otras especies, cuyo único objetivo es comer y reproducirse (aunque todos conozcamos humanoides de hábitos ídem…). Yo agregaría que cultura y arte también contribuyen a hacernos más felices.
Cuento lo anterior porque cada uno tiene sus motivos, sus certezas, sus convicciones, sus pasiones y sus gustos, y por extraños que nos puedan parecer, si logran el cometido de hacernos felices, pues bienvenidos sean, mientras no hagan daño a otros. El problema radica en que no siempre ponemos en práctica aquello que creemos y nos dejamos llevar por otras consideraciones.
Veamos por ejemplo el caso de la publicidad. Es obvio que tener y ser son dos cosas muy diferentes, pero muchísima gente las confunde con una facilidad pasmosa. Esto lo saben muy bien los publicistas, para quienes somos meros consumidores que nos movemos por las emociones y las sensaciones, y usan el concepto de felicidad que prima en el imaginario colectivo (tener y poseer como sinónimos de felicidad) para vendernos cualquier cosa, que muy probablemente no necesitemos, transformando el acto de comprar en una adicción peligrosa que nos vuelve junkies de lo efímero.
Esta confusión entre tener o ser, reforzada hasta la saciedad por el bombardeo publicitario, es tal vez la fuente más grande de insatisfacción y por ende de frustración e infelicidad para millones. Y con esto me refiero a las cosas suntuarias por supuesto, no a las necesidades básicas de alimento, techo, educación o salud. Así es que ojo con lo que compra estimado lector.
Tomando en cuenta todo lo anterior, ¿por dónde empezamos a delinear nuestra búsqueda de la felicidad?
—¡Haz una lista! —solía decir Luz, mi madre, que las usaba para todo, incluyendo un recordatorio en la primera fila que decía, “acordarse de llevar la lista”. Así es que siguiendo su consejo, comencemos por ahí, tómese un ratito querido lector y haga su listita: ¿Qué lo hace feliz? ¿Qué lo hace infeliz?
¿Ya terminó? Téngala a la mano que ya volvemos para echarle una mirada.
Sigamos. Hoy, aparte de compositores como Palito Ortega, son los neuro-científicos los que nos cuentan dónde está la felicidad. Se trata de un cuarteto que al parecer conforma la esencia misma de la dicha: la endorfina, responsable directa de ella; acompañada por la oxitocina, hormona a cargo del amor; la dopamina, que regula la motivación y el placer; y la serotonina, que ayuda a tener un estado de ánimo tranquilo y relajado. Vaya mosqueteros, mucho menos románticos que una canción, sin duda, pero ciencia es ciencia.
Ahora, sabiendo esto, permanece la misma pregunta, ¿cual es el disparador para cada uno de nosotros de éstas sustancias milagrosas?
Vivir en un país del primer mundo, donde se cuente con una red de apoyo real del estado no parece constituir garantía de felicidad para muchos -aunque sí de justicia y verdadera democracia, valga aclarar-. Y por otra parte el dinero cuenta, pero no es vital, ¿si no cómo se explica que esos mismos países ricos y desarrollados sean los mayores consumidores de antidepresivos del mundo? ¿O que haya sido testigo privilegiado de la felicidad sencilla y profunda de habitantes de barriadas populares, en contraposición a lo que he visto en muchas urbanizaciones exclusivas? Esto nos hace pensar que las claves están en otra parte.

El top ten de consumo de antidepresivos en el mundo según infografía de Statista de 2018. Dosis diarias por cada mil habitantes. En Chile dicho consumo aumentó 186% en los primeros cuatro meses de 2020.
¿Píldoras mágicas?
Un amigo sicólogo me comentaba hace pocos días que las cifras de inestabilidad emocional y mental durante la pandemia están disparadas, así es que vamos tomando pastillitas, que aunque en algunos casos sean ineludibles, muchos las prescriben a la ligera, como dulces, creando dependencias y adicciones que resultan en muchos casos peores que la enfermedad. Afortunadamente hay otras avenidas para dilucidar los porqués y los cómos de ese laberinto maravilloso y aterrador que puede ser nuestra mente, pero esos tratamientos no enriquecen a las farmacéuticas, aunque ese es otro tema para más adelante.
Yuval Hariri asevera en su libro De Hombres a Dioses que junto a la derrota del hambre, la peste y la guerra, la búsqueda de la felicidad se está transformando en uno de los grandes desafíos de la humanidad, y para ello ya hay innumerables laboratorios trabajando en pildoritas mágicas para aupar a los 4 mosqueteros endocrinos.
Sin embargo a mi siempre me ha costado creer en la soluciones mágicas. Para mí el asunto es bastante más complejo, porque el camino forma parte de ese todo al que llamamos felicidad, se hace camino al andar dice Serrat, y junto a disfrutar las cosas simples, amar y reír, hay que prepararse para enfrentar el camino con la mejor disposición posible.
Al respecto hubo otra canción homónima a la de Palito Ortega que en una de sus estrofas entrega indicios importantes:
La felicidad no es un cuerpo
la felicidad no es un lugar
la felicidad es una forma de navegar
por esta vida que es la mar
Esta Felicidad ganó el Gran Premio de la Canción Iberoamericana en el Festival OTI de 1975. Escrita por el compositor mexicano Felipe Gil e interpretada por el cubano Gualberto Castro, éste tema nos habla más del caminar y de cómo hacerlo, que de la meta misma. Y ahí precisamente parece estar otra de las claves importantes de la búsqueda de la felicidad, disfrutar el camino. En éste caso particular el compositor Gil no tuvo dudas del suyo… ¡se cambió de sexo a los 74 años y hoy se llama Felicia!
Así es que el camino y cómo se camine por la vida parecen ser aspectos muy importantes, con todos los peligros, las dificultades, los matices y los cambios, las lomas y los valles que se atraviesan.
Porque usted puede sentir nostalgia, tristeza, arrepentimiento y un sinfín de otras emociones, eso no lo hace necesariamente infeliz per se, lo que lo hace aún más infeliz es cómo las enfrenta, cómo camina el camino, sea éste cual fuere. Así es que junto a los ingredientes anteriores sumemos el disfrutar del camino.
Y hablando de caminos, desde la perspectiva de un caminador que ha rodado bastante, hay una palabra, esa sí mágica, que considero clave para la búsqueda del santo grial: BALANCE.
A mi por ejemplo me encanta cocinar y por ende comer, ojalá acompañado de un buen caldo, de preferencia tinto. Pero trato de balancear –a veces infructuosamente, valga la pena aclarar– , tanto los platos mismos, como las cantidades (si, del tinto también…). De no hacerlo las consecuencias me harán ciertamente infeliz, desde alcanzar un cuerpo de sumo japonés, a desarrollar una cirrosis hepática, sin escalas. Tener un sano balance para todo nos evitará muchas infelicidades.
Yo asimilo la felicidad con la cocina. Usted tiene una serie de buenos ingredientes, le ha costado mucho conseguirlos, debería salir un buen platillo, pero si está muy apurado le queda crudo, y si se descuida, se le quema. Además debe saber mezclar los ingredientes, conocer los condimentos, saber cómo y cuánto tiempo cocinarlos.
Y ya que hablamos de comida, le cuento amable lector el que para mí es uno de los puntos más altos de la felicidad: ¡un buen asado con los que amo! Porque congrega muchas de la cosas que en lo personal me hacen feliz, amor por la familia y los amigos invitados, humor -¿quién no se ríe en un asado?-, buena comida, buena bebida, buena conversación y mejor música. Además estrecha nuestras relaciones y fortalece nuestro instinto gregario natural, lo que nos hace sentir seguros y tranquilos. Algún día escribiré un libro que se titule “La vida es un asado”, veganos incluidos, porque a la parrilla se puede echar cualquier vegetal, por sacrílego que parezca.
Insisto en que todas éstas consideraciones son válidas una vez satisfechas nuestras necesidades básicas: paz, comida, techo y salud. El resto es tema para incontables libros, y bueno, hay miles de autoayuda también, pero ¿que mejor que tener una receta feliz propia?
Así es que aquí van mis últimos ingredientes para el asado de la vida, algunos muy obvios, y habrá muchísimos más de seguro, pero ya en el tercer tercio de la vida, y junto a los arriba mencionados, éstos son los que más sabrosa han hecho mi parrillada hasta ahora:
Equilibrio entre cuerpo, mente y espíritu: Cuide su cabeza, manténgala ágil, entrenada y despejada. Atienda su cuerpo, coma balanceado, haga ejercicio y practique algún deporte, si no le gusta, por lo menos camine (me lo agradecerá, se lo aseguro) y complemente lo anterior con su vida espiritual, crea usted en lo que quiera creer, eso va en cada uno, -claro, con mesura, no exagere y vaya a caer en una secta como la de Jim Jones en Guyana, que terminó en el mayor suicidio colectivo de la historia-, pero explore, medite si le gusta, busque caminos, somos más que carne y mente.
Hacer a otros felices nos hace felices, sin duda alguna. Sea solidario, haga algo en comunidad, haga algo POR la comunidad.
Perdone. Y hágalo rápido, mientras más se demore, más bilis traga.
Haga esa llamada pendiente o esa visita tanto tiempo postergada (cuando acabe la crisis sanitaria, obvio), esto vale para familia y amigos, apoye, preocúpese de su bienestar e intente estar ahí para ellos.
Evite el miedo, de cualquier orden, combátalo, el pánico paraliza e impide cualquier asomo de felicidad.
Corte de raíz a todos los pesimistas y negativos, esto incluye medios de comunicación, lo justo y necesario, no hay necesidad de atragantarse. Una cosa es ser realistas y otra ser amarillistas.
Busque la naturaleza, en cualquiera de sus múltiples formas, se sorprenderá de lo bien que hace salirse de la jungla de cemento.
Disfrute la soledad, ahí es cuando uno piensa, reflexiona, busca caminos, planea, se da tiempo para si mismo.
Si padece una depresión aguda, ansiedad constante o cualquier otra condición similar, busque ayuda, hable, no se lo guarde. Hoy hay muchas maneras y técnicas para curar o aminorar sus efectos sin caer en adicciones.
Y por último, tenga disposición y actitud, sea consecuente con sus propias ideas de felicidad, con lo que sea que usted resuelva que lo hace feliz, y tome las decisiones que lo encaminen por esa senda, o lo reencaminen cuando pase la tormenta. ¿Recuerda su listita?
Ahora reléala, sin duda tendrá bastante material ¿no es cierto? Le apuesto que ahí está la receta completa, SU receta personal e intransferible. Guárdela en su billetera para tenerla a mano y leerla a menudo, para no confundir lo urgente con lo importante, ni arruinar ese plato maravilloso que está preparando.
Y si nada funciona, siempre estarán los osos polares…
Adenda
Comparto estos enlaces para los que nunca han escuchado las canciones de Palito Ortega y Felipe Gil, o quieren volver a escucharlas…
https://www.youtube.com/watch?v=Ivu9LBIHoh8
https://www.youtube.com/watch?v=fKB2TJVlH0k
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