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Personaje del año

Entre todos los temas urgentes, contingentes y complejos que nos ha tocado vivir este año, revueltas sociales, pandemia, el payaso naranja y muchos más, hay uno que no pierde vigencia ni urgencia.


Mi personaje del año es sin duda alguna La Madre Naturaleza, que resiliente y generosa, se defiende de la barbarie humana. Imagen Comfreak - Pixabay


Esos y otros temas ya han sido disectados hasta el cansancio en los medios, que por estos días hacen su tradicional recopilación de personajes y hechos destacados del año, en un ranking sin mayor objeto que corroborar lo patas arriba que anduvo todo y aplaudir algunos logros individuales o colectivos, un listado que ya entrado enero muy pocos recordarán.


Esta pandemia pasará, como las anteriores, bien sea por la vacuna, por la inmunidad de rebaño o por medicamentos desarrollados para contener y vencer al virus; las revueltas sociales variarán en intensidad, pero tampoco serán eternas; Trump finalmente y en buena hora será sólo un mal recuerdo, una mala caricatura de sí mismo.


Sin embargo nuestro planeta permanecerá en el tiempo, nuestra casa no se irá por ahora a ninguna parte (esperemos), estará aquí con nosotros, cuidándonos, protegiéndonos, alimentándonos; entregándonos sus secretos y maravillándonos cada día, estará aquí hasta que no seamos ni siquiera un vago recuerdo para nadie, y mucho más allá. La pregunta es ¿en qué condiciones heredaremos el paraíso a las nuevas generaciones?


La búsqueda de respuestas a esa pregunta angustiosa, una película, la visita a dos lugares extraordinarios y el recuerdo de la lectura de un libro hace ya casi un cuarto de siglo, fueron determinantes para escoger a mi personaje del año.


La pandemia lo ralentizó todo, cambió hábitos de trabajo, redujo desplazamientos, bajó la polución, aceleró el desarrollo digital en varios años y dejó varias lecciones, entre ellas la de reconocer nuestra propia fragilidad como especie y lo vital que es la naturaleza para conectarnos, para vivir plenamente, una naturaleza que nos ha enviado de mil maneras un SOS, un “detente y piensa”.


Por todo ello mi personaje del año es precisamente ese, La Madre Naturaleza

-incluyendo ciertamente a sus pueblos originarios y su sabiduría ancestral-, que nos regala un paraíso que resiste y sobrevive, pero que necesita nuestra ayuda con urgencia.


Un documental majestuoso y un libro imprescindible

Junto a unos entrañables amigos en Santa Marta, en pleno caribe colombiano, pude finalmente ver hace un par de semanas “El Sendero de la Anaconda”, un documental extraordinario sobre el amazonas colombiano, narrado por el etnólogo colombo-canadiense Wade Davis y Martín Von Hildebrand, antropólogo gringo nacionalizado colombiano, que ha trabajado incansablemente para asegurar los derechos territoriales indígenas y la protección de la selva tropical amazónica colombiana. Dos verdaderos héroes de nuestra era.


La producción estaba en mi radar fílmico desde 2019, año de su estreno en cines colombianos, pero me había sido imposible verla. Conocía el trabajo inmenso de Davis desde 1996, año en que leí su magistral libro “El Río”, recién salido del horno y obsequiado por una de mis hermanas durante una visita a la feria Internacional del libro de Bogotá. Fue mi regalo anticipado de cumpleaños, gracias hermanita, ese libro abrió puertas desconocidas hace ya casi 25 años.


“El Río” es un manifiesto de amor por la selva y todos sus habitantes, expresado a través de la exploración amazónica de Richard Evans Schultes, biólogo nacido en Boston y considerado el padre de la etnobotánica moderna. Fue mentor de Davis y al comienzo de la década del cuarenta recorrió lugares desconocidos de la Amazonía catalogando cientos de especies nuevas, en una misión encargada por el gobierno norteamericano para asegurar el suministro de caucho, vital para los esfuerzos bélicos de la II Guerra y cuya mayor producción estaba en Asia, por esos días en manos del enemigo japonés.


En 2015 Davis y von Hildebrand se juntaron para compartir recuerdos y vivencias de la Amazonía y se embarcaron rumbo al río Apaporis en el corazón de la selva para revisitar los pasos de Schultes. Así nació “El Sendero de la Anaconda”.


Un documental imperdible de Caracol TV dirigido por Alessandro Angulo, director de cine colombiano. Imagen Caracol TV


Aparte de la belleza prodigiosa de los territorios que muestra el documental, el paraíso verdadero, la intención del filme es mostrar el proyecto que ambos han ido desarrollando con las comunidades indígenas de la Amazonía para unir y proteger a través de resguardos todo ese territorio selvático que va desde los Andes hasta el Atlántico, un corredor al que han llamado precisamente El Sendero de la Anaconda, en honor a la especie que es el origen de toda vida según la cosmovisión indígena.


El proyecto pretende enlazar el área norte de la Amazonía a lado y lado del río Amazonas, transformándola en un todo conectado por parques nacionales para la preservación y el cuidado de sus ecosistemas, cuya cuenca tiene más de 7 millones de km cuadrados y cubre casi el 40 por ciento de Sudamérica, pasando por Brasil, Colombia, Bolivia, Ecuador, Guyana, Venezuela, Perú y Surinam. Este enorme sendero verde es un megaproyecto de valor incalculable para la humanidad, y su sola concepción me hizo olvidar pandemia, revueltas, elecciones y demás, para poner a La Madre Natura como foco de todos los flashes en 2020.


El proyecto Sendero de la Anaconda pretende unir la Amazonía desde Los Andes hasta el Atlántico, formando un corredor a lado y lado del río Amazonas que permita el libre desplazamiento de especies y pueblos indígenas por todo el territorio, contribuyendo a su cuidado y sostenimiento. Imagen Geoenciclopedia.com


Un viaje revelador

Para reforzar aún más la idea de mi protagonista del año, en el mismo viaje del que recién regreso, tuve la suerte de visitar la laguna de Guatavita, lugar sagrado de los Muiscas (persona o gente en lengua Chibcha), el grupo étnico que puebla el territorio de los departamentos colombianos de Boyacá y Cundinamarca en el centro del país. Digo la suerte porque ya la había visitado más de 40 años atrás, cuando era un lugar de acceso público que estaba siendo devastado por el turismo carroñero. Hoy la escena cambió radicalmente gracias a los esfuerzos de diversas organizaciones en cabeza de la CAR, Corporación Autónoma Regional, máxima autoridad ambiental de Cundinamarca y regiones aledañas.


La laguna de Guatavita, donde se originó la leyenda de El Dorado, lugar sagrado del pueblo Muisca en el centro de Colombia. Imagen Felipe Bernabó


El lugar donde nació la Leyenda de El Dorado está hoy en día completamente reforestado con especies endémicas y cuenta con guías profesionales que pasean a los visitantes por un sendero de piedra que asciende a más de 3 mil metros sobre el nivel del mar y atraviesa dos pisos térmicos desde la base a unos 2 mil 300 msnm.


En nuestra visita tuvimos la suerte de contar con una guía experta dirigiendo a un grupo de aproximadamente 10 personas, que incluía mexicanos, chilenos y varios colombianos, todos con sus respectivas mascarillas y respetando el distanciamiento de manera marcial. Ella, con un gran sentido del humor y una enorme preparación, nos instruyó sobre la historia pasada y actual de lo que ahora es zona de resguardo nacional. En una parada del maravilloso trayecto nos contó que su abuela Muisca le había dicho hace muchos años una frase que hoy valora como un tesoro: —Mijita, el verdadero oro es verde, nunca lo olvide. La sabiduría inmensa de esas palabras me quedó grabada a sangre y fuego. La sabia señora había fallecido un mes atrás.


Entre muchos otros detalles nuestra amable guía nos contó con orgullo la historia de hombres cubiertos en polvo de oro, que reflejando la luz del sol, subían a una balsa dorada para completar la ceremonia que los transformaría en caciques, luego de pasar severas pruebas de temple y aprendizaje, entre ellas aislarse en una cueva por nueve años, donde sólo podían tener contacto con un puñado de personas, entre ellas su mentor.


La impresionante balsa Muisca que exhibe el Museo del Oro en Bogotá, siendo entre miles la pieza más preciada de la gran colección de objetos de oro precolombinos del Banco de la República de Colombia. Imagen Banco de la República de Colombia


Al completar el ritual, el elegido (que generalmente era sobrino del cacique anterior para garantizar el linaje), rodeado de miles de Muiscas danzando y tocando instrumentos alrededor de la laguna, se convertía en el nuevo líder de su pueblo. Sólo imaginarlo es sobrecogedor, una verdadera comunión entre hombre y naturaleza.

Trágicamente, en un oscuro momento de la historia hace ya casi 500 años, llegó la muerte, la depredación y el exterminio de manos de la “civilización”, que borró para siempre a los hombres dorados de Guatavita.


La otra parada que tuve la fortuna de hacer fue en El Cabo de la Vela, en la alta Guajira colombiana, el punto más al norte del subcontinente y clavado en pleno mar caribe, donde habitan los indígenas Wayúu, el grupo étnico más grande de Colombia, indomables en sus tierras, donde han mantenido a raya a españoles, terratenientes, narcos, guerrilleros y paramilitares, preservando sus costumbres y su idioma. Sin embargo el Cabo fue arrasado por la codicia española. Su inmensa riqueza de bancos perlíferos fue saqueada hace 500 años, esclavizando a los indígenas para buscar perlas bajo el mar a pulmón libre, piezas que sin duda hoy adornarán las coronas y las joyas de varios reyes y reinas de Europa.


El desierto Guajiro, sus salares, el color del mar y poder admirar un cielo infinito de estrellas desde un chinchorro a dos metros del mar, me recontraconfirmaron (sic) que la Madre Naturaleza es número uno, number one, top 1 de mi 2020.


Dormir en una hamaca en El Cabo de la Vela, Alta Guajira, bajo un cielo estrellado a dos metros del mar, una experiencia única y maravillosa. Imagen Felipe Bernabó


Una madre naturaleza que no puede si no estar orgullosa de los pueblos que aún sobreviven a la barbarie occidental e intentan enseñarnos que hay otras formas de vivir y de relacionarse con el planeta, que todo lo que hacemos tiene consecuencias. En buena hora cada día hay más gente y organizaciones dispuesta a escucharlos y a aprender de ellos.


Sin embargo aún hay eslabones perdidos que a estas alturas de la historia no logran entender el papel de los pueblos originarios en el cuidado de los ecosistemas, como parte integral de ellos, en territorios que han habitado por siglos sin degradarlos ni sobreexplotarlos, respetando su naturaleza sagrada y todas las especies que los habitan. Ni qué decir de la deuda impagable que tiene occidente por su exterminio y genocidio sistemático, del que muchos ni hablan siquiera.


Los lenguajes indígenas han sido repudiados y sepultados, ¿se imagina usted querido lector que le roben su lengua, su idioma, su forma de entender el mundo? Brutal.

Son muchos los ejemplos del trabajo miserable de degradación y desprecio emprendido contra las lenguas autóctonas por los colonizadores, y continuado por los criollos. Palabras como Guache, un guerrero valiente en lengua Chibcha, es tan solo un patán grosero en lenguaje coloquial colombiano. O Guaricha, originalmente una bella princesa, tan solo describe hoy a una vulgar casquivana. Y con escasísimas excepciones como el Guaraní en Paraguay, la situación es muy similar en toda la región. Sin embargo, y a pesar de esta tragedia, muchos pueblos siguen peleando por sobrevivir a la barbarie.


No sabemos cuán afortunados somos de tener aún esa importante presencia indígena en nuestra región latinoamericana, mientras en otros lugares del planeta pueblos enteros han desaparecido y con ellos sus tradiciones y saberes. El aporte vital de la diversidad a las naciones ha sido probado hasta el cansancio, debemos ser agradecidos de la contribución de los pueblos originarios al enriquecimiento de una visión monocroma de la realidad, ellos con sus cosmogonías, su lenguaje y su entendimiento de la relación hombre-naturaleza, han podido capturar de manera mágica el sentido de la vida en toda su grandeza.


Sin embargo aún abundan personajes que no muestran el mínimo respeto por su sabiduría ancestral. Tuve en días recientes un par de enfrentamientos digitales a raíz de un artículo que celebraba la inclusión de escaños reservados para 15 miembros de diversas etnias originarias dentro del grupo final de 155 constituyentes que redactarán la nueva carta de Chile desde abril de 2021.


Estos dos cavernícolas de avanzada edad –uno esperaría que hubiesen aprendido algo en su ya larga vida… pero no–, cuestionaban el hecho arguyendo que entonces porqué no se incluía a los alemanes, o a los yugoslavos o a los españoles en el esquema. ¿Será posible tal grado de idiotez y ceguera? La única respuesta factible es que sean parte de aquellos infames “colonos” del sur, que han sometido, exterminado y usurpado los territorios ancestrales sin miramientos y sólo defienden sus mezquinos intereses. Valga aclarar que éstos dos dinosaurios no representan a todos quienes emigraron al sur de Chile para construir y hacer comunidad, que son muchos.


Y junto a los que respetan su entorno y fortalecen el intercambio cultural para beneficio de todos, están miles de individuos y organizaciones que es imprescindible apoyar.

Ya no sólo es suficiente con reciclar, cuidar el agua, disponer de nuestra basura en donde debe ir. El desafío es mayor, es contribuir activamente. Done plata, o tiempo, comprométase, no necesita ser Bill Gates para hacerlo, 5 ó 10 dólares no empobrecen a nadie (hablo naturalmente de quienes pueden hacerlo, infortunadamente para demasiados tan sólo un dólar es una fortuna) y sí sirven para sostener y apoyar organizaciones vitales que realizan una labor heroica y maravillosa, defender nuestra casa azul.


Y por supuesto, como ya lo he señalado en diversas oportunidades, debemos ejercer nuestro derecho al voto de manera inteligente y exigirle a nuestros gobiernos que legislen, sin temblarles la mano, a favor del planeta, sus especies y sus habitantes originarios, custodios milenarios de la riqueza natural e hijos predilectos de mi protagonista principal del 2020.


Que el personaje del año, de la década y del siglo sea la madre naturaleza, el oro verde, amenazado desde tantos flancos por mineros bandidos, comerciantes inescrupulosos, colonos desalmados y gobiernos sinvergüenzas que los avalan, como si el oro se pudiese comer…


ADENDA

Junto con desearles un buen final de año quiero insistir en que ojalá éste comienzo de la tercera década del siglo XXI sea para todos de comunión con el planeta; que seamos conscientes de cada acto que la pueda dañar, que la cuidemos y consintamos como lo haríamos con nuestra madre, merece eso y mucho más.


Felices fiestas.


Nota

“El sendero de la Anaconda” se puede ver en Netflix

“El río” se consigue por Amazon en Español y en Inglés

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