Una epidemia silenciosa
Son varias las epidemias que nos aquejan, la guerra, la migración forzada, la inequidad, la corrupción, la evasión de impuestos, y varias más, pero hay una que es silenciosa y que crece vertiginosamente mientras padecemos la del bicho de Wuhan.

El consumo de fármacos controlados está disparado en el mundo entero. Imagen Pixabay
Se trata de la depresión, un fenómeno silencioso que revela cifras muy oscuras. El consumo de ansiolíticos, antidepresivos y similares ya venía experimentando un alza preocupante en el mundo entero desde 2005, e incluso antes. Pero a raíz de las cuarentenas por la pandemia, con sus presiones económicas, aislamientos sociales prolongados y perdida masiva de empleos, ha llegado a niveles alarmantes, claro indicativo de que algo no anda bien.
Es sin duda un tema difícil y sin prácticamente nada positivo que destacar, pero ha estado en mi tintero por mucho tiempo. Como testigo de primera mano de casos cercanos de depresión aguda y adicción descontrolada a las pastillitas happy, se me ha hecho imposible posponerlo. Ojalá éstas líneas arrojen alguna luz sobre una problemática que se está saliendo de madre y a la que hay que ponerle sumo cuidado.
Según cifras de la Organización Mundial de la Salud, OMS, casi el 5% de la población mundial padece de depresión, es decir que más de 300 millones de habitantes del planeta andan con algún tipo de nube negra sobre sus cabezas. Sin embargo no cabe duda de que son muchísimos más, ya que las cifras oficiales se basan en casos reportados y proyecciones que no son del todo fiables.
El problema tiene variadas aristas, desde las múltiples causas que la ocasionan (sean sociales, psicológicas o biológicas, evidentes u ocultas), hasta los cuidados paliativos, las terapias y los fármacos desarrollados para su control.
Es indudable que los avances farmacológicos han sido de gran beneficio para controlar condiciones crónicas y ayudar a manejar episodios depresivos graves o moderados. Sin embargo su mal uso, y diagnósticos muchas veces errados, terminan creando adicciones complejas que tratan los síntomas, pero no las causas de fondo, y por ende los episodios depresivos crónicos se transforman en una suerte de rueda sin fin.
La ingesta indiscriminada de pastillas sin algún tipo de acompañamiento psicológico, no escudriña en los motivos subyacentes a la depresión, la angustia o la ansiedad crónica, y mucho menos los cura a nivel profundo y consciente. Las terapias toman tiempo y en general están fuera del alcance del bolsillo de una gran parte de la población, y aunque los medicamentos especializados no son nada baratos, requieren menos tiempo y se consideran una solución fácil a problemas complejos.
De otra parte muchos especialistas prescriben medicamentos controlados de manera indiscriminada para condiciones no autorizadas por los reguladores. En Colombia por ejemplo, un estudio realizado en 2020 en 34 ciudades del país y publicado en la Revista Colombiana de Psiquiatría, revela que casi el 50% de las prescripciones se otorgaron para condiciones no aprobadas, algo que en la jerga especializada se denomina como Off Label, es decir usos no aprobados, que aunque no necesariamente sean ilegales, pueden tener serias consecuencias para la salud integral de los pacientes.
Jorge Enrique Machado es uno de los autores del estudio. Profesor de farmacología y toxicología en la Universidad Tecnológica de Pereira, comentó en la revista SciDev.Net que una de las razones para que eso ocurra es que: “los laboratorios fabricantes no solicitan ante las agencias reguladoras la actualización de las nuevas indicaciones que tienen evidencia científica”.
Lo que nos lleva a las compañías farmacéuticas, que no son precisamente las hermanitas de la caridad. Esa industria no está interesada en mayores regulaciones, por el contrario, mientras menos cortapisas tengan los medicamentos que lanzan al mercado, mejor, lo importante es vender, y los antidepresivos son parte sustancial de su portafolio. Muchas de estas mega-corporaciones son verdaderos chacales depredadores de la salud, como lo demuestra su negativa rotunda a liberar las patentes de las vacunas C-19 para que países pobres puedan producirlas.
Las alteraciones mentales y emocionales crónicas acaban familias y comunidades enteras, y peor aún, conllevan el riesgo latente de conducir al suicidio, las cifras al respecto no mienten, en el mundo hay uno cada 40 segundos.
Y si ya es trágico que adultos y adultos mayores tomen el camino de extinguir su vida como única salida, el fenómeno es aún más siniestro en la población joven. A nivel global el suicidio es la segunda causa de muerte en jóvenes de 15 a 29 años. Vidas truncadas que no acaban de florecer. Las cifras, contrario a lo que podría colegirse, no han aumentado significativamente durante la pandemia sanitaria, pero el consumo de medicamentos controlados se ha disparado.
Leo hace pocos días que la demanda de ansiolíticos y antidepresivos ha subido 186% en Chile en el último cuatrimestre (la tendencia alcista es global), y el periódico La Tercera asegura que hay un desabastecimiento crónico de estos medicamentos, producto de su altísimo consumo. Stephan Jarpa, químico farmacéutico y ex director del Instituto de Salud Pública de Chile, señaló a ese diario que las enfermedades neuro-psiquiátricas y psiquiátricas están en aumento constante.
Según información del portal de noticias chileno El Mostrador, hace cuatro años la OMS entregó un reporte en el que exhortaba al gobierno chileno a aumentar la inversión para combatir la depresión, enfermedad que padecían para esas fechas más del 17% de los chilenos, lo que lo convertía según el informe, en el país más depresivo del mundo.
La información también indicaba que Chile era líder en América Latina en suicidios y junto con Corea del Sur una de las dos naciones que reportaban para 2016 una tasa de aumento constante en suicidios de niños y adolescentes. Habrá que ver lo que muestran los estudios una vez superada la pandemia de C-19, pero el panorama no pinta nada bien.
Lo curioso es que Chile figura entre los países más prósperos de Latinoamérica, lo mismo que Corea en Asia, por lo que se podría pensar que esas cifras no concuerdan con su buen desempeño económico. Pero lo cierto es que el comportamiento país no es indicador de sus complejidades sociales, es en general un número macro que descuida lo micro, porque sin duda uno de los motivos de desesperanza y depresión para millones de jóvenes, de Santiago a Seúl, es consecuencia de dejar todo en manos del omnipresente mercado, de la competencia salvaje sin reglas ni humanidad, donde la meritocracia se ancla en un altar intocable que no toma en consideración la desigualdad de oportunidades, el clasismo endémico y la falta de una cancha pareja para todos.
La educación escolar debería jugar un rol determinante para afrontar los conflictos emocionales que derivan en crisis depresivas. A los niños y jóvenes se les educa para competir y conectar con sus pares en ese mundo exterior creado por el hombre, pero se descuida la conexión interna, el autoconocimiento, que al final es el que determina cómo actuamos ante los conflictos externos. El contacto con la naturaleza para sentir que se es parte de un todo vivo, ajeno a las pulsiones y caprichos humanos, debería ser parte de todo currículo escolar.
Y para qué hablar de las redes sociales, estamos en mora de educar a los niños al respecto para que sepan distinguir entre ese mundo digital y la vida real, que es mucho, muchísimo más que un like, tema extremadamente complejo, que sin duda juega un papel importantísimo en las crisis depresivas de los más jóvenes.

La educación escolar en el conocimiento interior y el contacto con la naturaleza debiesen ser parte de los currículos académicos para vivir una vida más plena y aprender a enfrentar potenciales episodios depresivos. Imagen Pixabay
Las enfermedades mentales han sido descuidadas y no se encuentran ni siquiera en el radar de muchos gobiernos, aunque sean causa enorme de ausentismo laboral y académico. Mejorar la salud mental requiere acompañamiento profesional, tiempo, dedicación... y recursos.
Millones sufren en silencio el drama de la depresión, la ansiedad crónica y la oscuridad emocional. Y parte del problema es el tabú y el estigma que acarrean éstas condiciones. Tristemente y en pleno siglo XXI, la descalificación de estas enfermedades sigue siendo una constante en el mundo entero.
Hace unas semanas el caso de la tenista japonesa Naomi Osaka, número dos del mundo, copó las planas de los periódicos. Osaka anunció su retiro del Torneo Roland Garros en París para cuidar su salud mental y evitar la angustia que le producía enfrentar a los medios tras cada partido. Las reacciones en un comienzo fueron muy críticas y poco solidarias, sin embargo algunas figuras del deporte blanco expresaron su apoyo, entre ellos Novak Djokovic y Serena Williams. En buena hora, ya que el tema debe ser abordado con la mayor seriedad y compromiso. Que figuras de esa talla ayuden a visibilizar el problema contribuye a darle relevancia y a ponerlo en la palestra pública.
Statista, la plataforma Alemana de datos estadísticos globales, asegura que en los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), la salud mental es una de las tres principales preocupaciones de salud entre los adultos, y afirman que el uso de antidepresivos ha ido en preocupante aumento.

Top ten de países con mayor consumo de antidepresivos según Statista. Esas cifras publicadas en 2019 y de por si alarmantes, van en aumento. Imagen Statista, fuente OCDE.
Otro dato alarmante evidenciado por agencias especializadas en el tema, es que tanto la depresión como la ansiedad afectan de manera desproporcionada a las mujeres en todas las regiones del mundo, y en especial a aquellas por sobre los 65 años de edad, encima de llovido, mojado, como si no tuviesen ya suficiente por lo que pelear…
Si bien los antidepresivos, ansiolíticos, sedantes e hipnóticos ayudan a miles a sobrellevar sus condiciones, se continúan recetando por largos períodos, lo cual deriva en adicciones irremediables y toda clase de efectos colaterales. En adultos mayores, por ejemplo, es causa de serios deterioros cognitivos, mareos y pérdidas de conciencia temporales que provocan caídas muchas veces fatales.
Pero no todo son malas noticias, y aunque el foco debe apuntar primordialmente a la prevención, los expertos continúan buscando alternativas inocuas que no generen efectos indeseables. Revisando material para ésta columna encontré una información interesante sobre el gas hilarante, que pone una nota positiva a tan lúgubre panorama. En efecto, el óxido nítrico, conocido popularmente como gas de la risa, puede ayudar a tratar la depresión (y el ser humano lo produce de manera natural, descubrimiento que en 1998 le significó el Nobel al farmacólogo norteamericano Louis Ignarro).
Un estudio realizado recientemente por investigadores de la Universidad de Washington en St. Louis Missouri, encontró que el gas, inhalado en dosis bajas, disminuye la depresión en las siguientes dos semanas. De hecho el óxido nítrico es uno de los químicos que más promesas generan en la medicina debido a que promueve la circulación y aumenta los niveles de oxígeno en la sangre, tanto así que está indirectamente involucrado en la acción del inefable Viagra. ¡Bendito gas!
Así es que hay esperanza en el desarrollo de diversos tratamientos que combatan la depresión de manera más natural, entre ellos el uso de plantas psicotrópicas como la ayahuasca, cuyo estudio y aplicación en terapias alternativas avanza constantemente, a pesar de la moralina de algunos académicos que han impedido que sus posibilidades sean aprovechadas en el mundo occidental, lo mismo sucede con la meditación y sus infinitas posibilidades.
Pero mientras esos desarrollos se universalizan, es un deber señalar que los gobiernos tienen una gran responsabilidad en el actual estado de cosas, la falta de inversión estatal en atención a la salud mental es imperdonable, en especial considerando la cantidad enorme de información que existe hoy en día al respecto.
Ojalá se aproveche la coyuntura de la crisis sanitaria, que ha evidenciado en medio mundo inaceptables diferencias de acceso a la salud, para meterle el hombro al tema y dedicar todos los esfuerzos posibles a alcanzar un cubrimiento universal, lograr eso sería una noticia post Covid para celebrar en grande.
Y en cuanto a la salud mental en particular debemos exigir a nuestros gobernantes mayor investigación e inversión, si no queremos que se trasforme en otra pandemia, de consecuencias insospechadas.
A todos aquellos que están sumidos en la oscuridad: sigan luchando por salir a la luz.